He sostenido que hacer fotografía es una provocación. Hacer foto debe buscar generar reacciones a través de la expresividad del fotógrafo. Para lograr su cometido, la fotografía debe ser compartirda, no hay duda.
Además, dicho sea de paso, recibir la respuesta a la provocación es muy gratificante. Aunque algunas personas han expresado que les gustan muchos mis fotos y los cumplidos menudean, yo no me jacto de ser bueno; en todo caso, soy afortunado de estar en el lugar y el momento precisos.
Pero ahora me he llevado una hermosa sorpresa; es la historia del hombre más grande del mundo:
Hace unas semanas conocí a la familia Beck. Son gente inteligente, alegres, brillantes en más de un sentido. Juan es el menor de los hijos Beck, un chico alegre al que le bastaron unos meses en México para apropiar profundamente un poco del país y su gente... y se enamoró de las Chivas de Guadalajara. Una tarde estabamos jugando a la pelota con él, ví una foto que decidí hacer; me tiré al piso un momento y disparé.
Les presento a Juan Beck:
Unos días después, Juan regresó junto con su familia a Estados Unidos. Como despedida, los Beck salieron con algunos de sus amigos a cenar. Juan jugaba con la cámara de Martín (otro de mis nuevos amigos acá en el salvaje oeste) y le explicó entusiasta: ¡Un amigo me tomo una foto excelente! ¡Ven quiero tomarte una igual!... e hizo la foto diciendo:
¡Te voy a tomar una foto donde te veas como el hombre más grande del mundo!
El hecho de haber influido de manera tan notable (y espero positiva) en la creatividad de una persona sencilla y sin prejuicios, es uno de los mayores reconocimientos que se puedan recibir jamás.
Ese niño, con su noble deseo de aprender y compartir lo aprendido, bien puede ser el hombre más grande del mundo.
Saludos al respetable y al no tanto
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